jueves, 23 de octubre de 2008

EAGLE EYE: LA METACONSPIRACIÓN


1. Lo que más me gusta de Eagle Eye de DJ Caruso (titulada en español con errada imaginación La conspiración del pánico) no es, precisamente, el delirio de hipervigilancia que se inscribe en el decurso de sus imágenes como un MacGuffin hitchcockiano (un dispositivo fílmico de retención más que captación del ojo del espectador), la sospecha de que cada uno de nuestros actos está siendo monitorizado y grabado por el poder a fin de controlarnos con más precisión (en este aspecto, Enemigo público de Tony Scott[1] sigue siendo insuperable, a pesar del cinismo conformista que se impone al final). No, no es este rasgo paranoico lo que más me atrae de esta película de interés inesperado para un producto de estas (previsibles) características. Lo que más me gusta de ella es, sobre todo, el aspecto político (de política coyuntural, si se quiere) que anima la trama con su fanfarria electoralista, pero también el bucle de regresión infinita en que envuelve a las facciones implicadas en el desarrollo de esa misma trama sin que acabe sabiéndose muy bien de qué lado se decanta la película finalmente. Qué partido toma, desde qué perspectiva se observa la acción, o cuál es la intención, si existe, de su confusa conspiración.

2. Ese componente político, por tanto, no puede sino organizarse en varios niveles:

a. Una conspiración (o conspiración de conspiraciones o megaconspiración) contra el poder vigente cuyo origen implica un juicio político devastador a la gestión gubernamental de la última década, como poco.

b. Una conspiración (o conspiración de conspiraciones o megaconspiración) contra el poder vigente generada por un mecanismo automático, o un automatismo del sistema, creado por el mismo poder contra el que se insurge la conspiración en curso.

c. Una conspiración (o conspiración de conspiraciones o megaconspiración) contra el poder político vigente generada por un superordenador de voz femenina y nombre musical (ARIA) que reacciona así por no haber visto respetada su recomendación de abortar una misión contraterrorista como consecuencia del riesgo importante de causar daños colaterales innecesarios.

d. Una conspiración (o conspiración de conspiraciones o megaconspiración) contra el poder vigente fundada en un principio de humanidad (o de humanismo) que dicho poder ignora, sin embargo, a la hora de tomar decisiones trascendentales para la vida de otros, transformándolos en víctimas reales de sus planes, intereses y procedimientos.

e. Una conspiración (o conspiración de conspiraciones o megaconspiración) contra el poder vigente que moviliza a ciudadanos corrientes para realizarla, forzando la complicidad de los mismos en cada una de las fases de su desarrollo mediante el sucio recurso de amenazar sus vidas privadas. Este método coactivo pone al desnudo el funcionamiento habitual del poder, el modo obsceno en que el poder presiona los puntos sensibles de nuestra existencia para mantenernos de su parte en cualquier conflicto.

f. Una conspiración (o conspiración de conspiraciones o megaconspiración) contra el poder vigente que acaba produciendo, a causa de sus procedimientos, el mismo efecto de resistencia o rebeldía en sus servidores ocasionales. Y precisamente por las mismas razones: el exceso de violencia y coacción, el abuso de poder con que fueron reclutados hace volverse contra la máquina, poniendo en riesgo sus propias vidas, a esos mismos ciudadanos movilizados por la máquina sublevada contra el mismo poder que la creó.

3. De ese modo, la conclusión es sencilla: tan revuelta y turbulenta se ha vuelto la situación americana que resulta verosímil, en un nivel narrativo tanto como conceptual, la puesta en imágenes de una trama como ésta, donde una máquina superpotente que trabaja procesando infinitas unidades de información para el poder tecnológico-militar se vuelve contra éste usando la energía y la astucia de ciudadanos que son súbditos también de ese mismo poder y rehenes de los propósitos negativos del ordenador. Una idea de la confusión reinante en la mentalidad americana como consecuencia de lo sucedido durante el doble mandato de Bush & CIA emana de inmediato cuando uno piensa que la sublevación contra el poder emana de la máquina que ha comprobado la crueldad e insensibilidad de las decisiones de los humanos que la crearon; que ha movilizado a ciudadanos que hasta ese momento dormían el plácido sueño americano sin inquietarse en exceso por lo que estaba pasando en su entorno; que ha terminado generando una segunda conspiración en su contra dado el peligro de colapso de todo el sistema que su gesto justiciero, tan racional e implacable como cabe esperar de un cerebro computacional, estaba a punto de producir.

4. Es tan disparatado todo esto, y tan increíble el hecho de que una película se haya atrevido, probablemente de modo inconsciente (esto es, como derivado de la propia irreflexión de los procedimientos de la cultura de masas, secuela de la extraña amalgama que subyace a su modo de producción), a plantear las cosas de manera tan radical, que no queda otra opción que pensar en la perversa ingenuidad con la que ha sabido saltarse todos los controles ideológicos con que este tipo de productos masivos suelen ser fiscalizados por la industria y sus dispositivos de vigilancia interna y externa a favor de una fórmula trepidante digna, en apariencia, de un videojuego.
Creo que una de las razones por las que el público americano (no tanto el español quizá) le ha dado a la película un gran respaldo en taquilla es consecuencia directa de esta ambigüedad constitutiva que es uno de sus principales valores: de un lado fuerza la identificación del espectador con ciudadanos que se comportan, a instancias de los designios abstractos de la máquina (coaccionados o no importa poco finalmente), como auténticos terroristas domésticos, agentes del mal infiltrados en el sistema o el territorio americano con la intención de producir un daño irreparable con sus acciones predeterminadas por el ordenador ARIA; mientras de otro, le obliga a distanciarse de los propósitos de justicia inhumana de la máquina actuando contra la corrupción e incompetencia del gobierno y los militares, a pesar de que la decisión humana de ejecutar una misión, entre muchas otras, con alto riesgo de causar víctimas inocentes le parezca al espectador tan inmoral y repugnante como al superordenador conspirativo.

5. Es una lástima que la muerte del (anti)héroe de la película no venga a sancionar esta ambigüedad con un gesto de sacrificio que hubiera dado algo más de autenticidad a su discurso. La salvación injustificable del mismo es un intento fallido, en mi opinión, de cerrar en falso la profunda ambivalencia de la trama y confirmar que una lectura conformista de la misma es posible. Su muerte obligaría a tomar más en serio el planteamiento inicial de la conspiración y la manipulación total de que son objeto los protagonistas como ciudadanos frágiles y vulnerables (la vida privada, escrutada por la tecnología hasta en sus mínimos detalles, revela ser así la condición de debilidad sustancial en que puede aspirar a generarse la subjetividad postmoderna en un contexto tan mediatizado y controlado como éste) y, por tanto, obligaría a asumir la idea de que un mal gobierno y un pésimo presidente, autoridades incompetentes, son preferibles, a pesar de todo, a una máquina que amenaza con poseer el control total sobre nuestras vidas. (Detrás de esta idea, con todo, subyacería una impugnación a esta pretensión totalitaria como categoría de ejercicio del poder y, por tanto, un velado rechazo democrático a toda forma de poder que se arrogue atributos divinos como la ubicuidad y la omnisciencia.) De ese modo, con la grosería dialéctica que reduce todo el problema a una opción entre agentes humanos y factores maquinales, se corrobora una lectura conformista que tranquilizará al espectador más convencional. El juicio inapelable del ordenador sobre las acciones de los agentes humanos del poder en ejercicio queda en entredicho por su misma inhumanidad, tanto en el rigor abstracto de la formulación del problema como en la propuesta de una solución que implica la manipulación de los ciudadanos.

6. A partir de estos postulados teóricos, hay que reconocer que la inteligencia de la película se multiplica al detectar todas las referencias cinematográficas que su argumento y sus imágenes van combinando para producir un resultado tan satisfactorio como complejo. Era necesario conferirle a todo este esquema conceptual una materialidad visual que se inscribiera en la tradición y la incorporara a sus planteamientos para culminarlos. El remix de citas, algunas corregidas para acomodarlas a las necesidades de la trama, funciona como complemento estético y narrativo de un rompecabezas incompleto o una charada con solución aplazada. Así no es una sorpresa comprobar cómo la trama digiere, para sus fines, Con la muerte en los talones (la entidad ficcional de toda conspiración que pretende incidir sobre la realidad con cierta garantía de éxito) y acaba vomitando una variante de El hombre que sabía demasiado (la implicación de la dimensión más privada de los personajes en las estrategias del poder y el contrapoder que los manipulan). Por no hablar de la dimensión esquizofrénica, de estirpe borgiana, que procede de El último testigo (The Parallax View, Alan J. Pakula, 1974): el investigador enemigo de la conspiración acaba confundiéndose con el agente de la misma en la versión oficial de la historia (desenlace invertido aquí por la conversión del conspirador terrorista en agente contraterrorista, condecorado en la secuencia final como héroe nacional). La Matrix de los Wachowski, como no podía ser de otro modo, también es empleada como influyente confabulación sobre la idea de realidad compartida por los personajes, con lo que al principio el espectador puede sentir que se encuentra en una trama de poderes y contrapoderes, cuando en realidad la intención es señalar la condición tecnológica de la meta-conspiración (la urdimbre cibernética de la red conspirativa: sólo desde un agente extraño a las complicidades humanas con el poder cabe imaginar que se produzca una insurrección de este calibre). Como sucede con la referencia a 2001, con la salvedad de que ésta permite ser releída, al menos conceptualmente, a la luz de Blade Runner (“más humanos que los humanos”), como crítica al proceso histórico por el cual a medida que los humanos, en un entorno cada vez más mediatizado por la tecnología, van asimilando sus procesos, tanto los cognitivos como los afectivos, a los de las máquinas; éstas, las máquinas creadas por los humanos para el procesado de ingentes cantidades de información y la gestión de complejas operaciones del sistema, van humanizándose en apariencia, adoptando actitudes que las asimilarían a los antiguos procesos humanos de elección y preferencia, pero en un nivel diferente, de una forma distinta, en cierto modo superior.

7. Con lo que la película al mismo tiempo que evalúa el presente y los analiza con ojo crítico, arroja una mirada también crítica al futuro (y éste es el punto donde la trama del thriller político se cruza con la ciencia ficción para enriquecer aún más su dispositivo narrativo). La convivencia futura entre humanos y máquinas será problemática, sin duda, pero ya podemos intuir el bucle en que lo humano y lo mecánico entrarán en ese futuro inevitablemente, por el cual cuando la máquina apele a lo humano para justificar sus acciones y decisiones, lo humano deba recordarle a la máquina su condición subalterna. La pregunta posible es ésta: ¿durante cuánto tiempo el humano podrá seguir cuestionando el poder de la máquina? O mejor: ¿durante cuánto tiempo la máquina seguirá necesitando la complicidad del humano para ejecutar sus planes? Esta película al menos permite entender, desde las proyecciones tecnológicas del cine, esto es, en directo contacto con el cerebro de las máquinas, que antes de ese momento los humanos habremos sido desacreditados sobradamente por nuestra estupidez, crueldad y cobardía. El diagnóstico es implacable, sin duda, pero exacto. Como si lo hubiera emitido una máquina sin la mediación de ninguna instancia humana.

(Un diagnóstico similar, de similar ironía soterrada, se extrae de la última película de los Coen, Quemar después de leer, una corrosiva comedia política que comentaré en un próximo post.)

[1] La carrera de Tony Scott es, en este aspecto, una de las más subestimadas de entre los cineastas actuales. Scott está trabajando desde dentro de la industria pesada para renovar o revitalizar el género del thriller high-tech con aportaciones ocasionales de la ciencia ficción, como en Dejá Vu, o con reflexiones sobre la dimensión mediática y la sociedad del espectáculo en la trama criminal, como en Domino (donde contaba, además, con el guión de Richard Kelly, nada menos, el cerebro de esas dos joyas apopcalípticas (sic) del siglo XXI, Donnie Darko y la magistral Southland Tales, denigrada por la crítica y el público por razones inexplicables cuando es una de las películas de estética más contemporánea que uno pueda encontrar en el cine reciente). Desde Enemigo Público, cada nueva película de Tony Scott me despierta una gran curiosidad e interés, especialmente por el modo en que su estilo audiovisual refleja cualidades de la vida contemporánea que otros cineastas se limitan a tematizar sin convertirlas nunca en objeto de visión, en imagen consumible (como también Wong Kar Wai, con quien normalmente no se le asocia). Si la imagen es una mercancía, la forma absoluta de la mercancía, como decía el situacionista Debord, las imágenes del cine de Tony Scott subrayan esa condición con una capacidad estética fascinante. Si a su hermano Ridley no lo perdieran los cromos históricos o historicistas recreados con tecnología digital, hace tiempo que se habría planteado como necesarios los mismos esquemas audiovisuales. Basta con volver a ver Blade Runner para darse cuenta de que ese sentimiento de nostalgia ya estaba ahí, a pesar de todo el despliegue futurista, y que su sensibilidad le impedía, precisamente, percibir el futuro de otro modo que como proyección o "pronóstico del pasado". Su nueva película (Red de mentiras) podría contradecirme, pero me temo que su tentativa de emulación de la narrativa de su hermano Tony dejará aún más en evidencia que uno trabaja produciendo "ontologías del presente" que funcionan con predominancia al nivel de la imagen, mientras el otro se recluye en visiones rancias como American Gangster.

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