domingo, 5 de octubre de 2008

BABYLON BABIES (aka BABYLON A. D.)


He pasado un estupendo rato viendo Babylon A. D., de Mathieu Kassovitz, y me ha sorprendido la masa crítica de denuestos y ataques contra esta tentativa a medias lograda de technothriller de ciencia-ficción a la europea. Como tantas veces, esta situación demuestra muchas cosas, no todas irreversibles:

-La profunda ignorancia de críticos y comentaristas de ocasión (la crítica a la película publicada en el Cahiers-España de septiembre es reveladora de dos defectos de la prensa especializada actual: la omnipresencia de becarios y doctorandos en cometidos impropios y la postiza contundencia con la que estos camuflan su ignorancia supina; de hecho, el ignorante que escribe la crítica citada acusa a la película de padecer un "batiburrillo" de referencias que ni siquiera sabe que proceden de la novela en la que se basa).

-La igualmente arraigada soberbia de tales críticos y comentaristas.

-La mediocridad creciente de lo que es posible representar o no en una pantalla si no se cuenta con la aquiescencia previa del público.

-El rechazo mayoritario a todo lo que huela a diferente.

-La falta de ambición y la resistencia de los dueños del negocio a modificar las leyes narrativas incluso cuando la complejidad de un proyecto lo exigiría.

-La incapacidad de la producción europea, por falta de convicción, para generar alternativas contundentes al trillado modo narrativo norteamericano.

-La cirugía radical del montaje rara vez salva una película de estrellarse contra la indiferencia o la pasividad del espectador.

-La impotencia del cine actual para dar cuenta de los radicales procesos que están redefiniendo no sólo la realidad contemporánea sino nuestras categorías para comprenderla.

Ninguno de los “entendidos” que se ceba con la película, subrayando hasta lo ofensivo sus problemas narrativos, conoce ni por el forro la novela original en que está basada. De ser así, al menos tendrían que reconocer los desafíos del proyecto, los aciertos parciales y, sobre todo, las posibilidades que tenía la adaptación de un material tan sofisticado y complejo como la asombrosa novela de Maurice Dantec (hermano de sangre de novelistas franceses contemporáneos de tanto fuste como Michel Houellebecq y Frederic Beigbeder). Sobre esta novela de Dantec escribí en el momento de su publicación española una nota que me atrevo a publicar aquí con objeto de dar una idea de cómo es de estimulante el cóctel de Babylon Babies: unas dosis de sensibilidad ciberpunk para las nuevas tecnologías, tramas y mundos a lo Philip K. Dick, teorías punteras sobre la Inteligencia artificial, el ADN y los ciborg, más la filosofía esquizofrénica de Deleuze, una geopolítica mundial de caos global y guerras locales, mutaciones genéticas, drogas psicodélicas, experimentos terminales y sectas milenaristas completarían la explosiva receta.

Éste es el texto de la nota que escribí sobre ella hace unos años, dado el impacto que me causó su primera lectura:


"Sobre cimientos ciberpunk, precisamente, construye Maurice Dantec la novela Babylon Babies (1999), una extrapolación narrativa de todos los dilemas contemporáneos sobre devenires tecnológicos y futuros posthumanos. La extraordinaria ficción de esta novela se genera a partir de la conexión de una prodigiosa “biomáquina” cibernética, una “neuromatriz” llamada Joe-Jane (“programa y programador a la vez….una especie de cosmos micrónico en expansión, un proceso-procesador integral”), con el cerebro de una psicótica esquizofrénica (Marie Zorn). Este encuentro milagroso de la inteligencia artificial y la “esquizo” de poliédrica personalidad da lugar a la constitución fortuita de un “cerebro-cosmos” que es el doble tecnológico y especulativo de la novela, un simulacro de sus procedimientos de escritura, esto es, de producción, selección y procesado de información. Este segundo narrador de conciencia cósmica conduce la narración de un modo no lineal y caótico hasta el final más conveniente para sus intereses y el más inesperado para las expectativas del lector: la culminación del proceso evolutivo y la generación de una nueva especie posthumana, fusión de organismo y máquina (“Homo sapiens neuromatrix”). Como también lo hace, en cierto modo, Boris Dantzik, el escritor que interviene en la ficción, una réplica apenas simulada de Dantec, autor de una novela voluminosa, una suerte de “Liber Mundi” (“Santa María del Cosmódromo”) que prefigura los rudimentos esenciales de la delirante trama de la novela original: “Había imaginado la historia de una esquizofrénica de personalidades múltiples que se convertía en la apuesta de la economía del futuro…podría decirse que yo había inventado a Marie Zorn”. Todas estas tautologías y redundancias solo sirven para expresar con recursos metanarrativos la verdadera complejidad del referente novelístico de un mundo emergente y lingüísticamente indescriptible:“la extraña sensación de estar frente a un libro nuevo, que solo espera ser escrito”. Ficción genuinamente apocalíptica que anticipa a su vez, con todos sus excesos científicos y su amalgama estético-filosófica, el futuro más cercano y las tecnologías radicales que disiparán aún más la difusa frontera entre ficción y realidad.El bucle metaficcional de Babylon Babies se enlaza así con el tropo neurobiológico y la inteligencia artificial para sellar la definitiva incorporación del género narrativo a las redes (post)cognitivas que están reconfigurando los modos de relación del cerebro biológico con un entorno cada vez más artificial y complejo."


A partir de esta descripción, es más fácil hacerse una idea de por qué esta adaptación era un reto muy por encima de su talento para Kassovitz (el viejo zorro Gonzalo Suárez solía decir que nadie es más inteligente que su medio), qué cara de perplejidad y disgusto debieron de poner los productores al ver el metraje final, por qué nunca debió pensarse en adaptar un libro tan rebosante de ideas y teorías innovadoras, etc. Por tanto, como regla a formular, antes de juzgar una película como han hecho tantos sin ningún control, como si se hubiera abierto la veda contra esta película (y no, lamentablemente, contra otras que lo merecerían más, por insultar la inteligencia y la dignidad del espectador, además de por ostentar un sistema de producción absolutamente corrupto), convendría saber de dónde procede su material, cuáles son sus fuentes de inspiración, la estética con la que dialoga, etc. Si no, el crítico o comentarista queda en evidencia y no se le puede tomar en serio.
Como la novela sólo vendió trescientos ejemplares en español, aunque había sido un grandísimo éxito de ventas en Francia, habría que considerar también la recepción francesa de la película para hacerse una idea más completa del asunto. Los americanos, por su parte, a pesar de ser una novela inspirada por el ciberpunk y la metafísica de Dick, al no estar traducida, han dado una respuesta desigual, como era de esperar, mostrándose tan aristótelicos con el producto final como los ejecutivos de la FOX que decidieron masacrarla en el montaje.
Con todo, el ritmo narrativo y muchas de las secuencias están bien resueltas. Algunas incluso me clavaron en la butaca por su brío o su originalidad narrativa: la tanqueta high-tech del traficante Gorsky, los tigres clonados y el atentado en la estación, el submarino de los inmigrantes, el cruce del estrecho de Bering en moto de nieve, el totalmente imaginario y futurista skyline de NY, los interiores de súper diseño, los efectos especiales, manejados con inteligencia, sin apabullar, la excentricidad de la trama conservada, la omnipresencia del hip hop en la banda sonora, etc. El final, a pesar del guiño irónico, es pobre en comparación con el apoteósico final de la novela, una epifanía cósmica en toda regla, análoga a la que clausura 2001, con una invitación a pensar el futuro biológico de la humanidad, la tecnología y la relación con el espacio exterior en claves absolutamente imprevistas.
No obstante, quedan por explicar tantas cosas en la adaptación cinematográfica, que se hace necesario atribuirlas a los casi treinta minutos eliminados en la versión europea (en la americana son cuarenta). La más lamentable, a mi juicio, es la interrupción del desarrollo dramático del personaje interpretado por Charlotte Rampling: la reina de la secta “noelita”, la urdidora de toda la trama transnacional. La chica (Mélanie Thierry) es un clon de ella, fusionado con una inteligencia artificial que le da todo su poder cognitivo y telepático, y es difícil de entender que el nacimiento de los bebés gemelos marque el final de la película, antes de que se les extraiga toda la utilidad para la que fueron creados.Insisto: la película no es extraordinaria, le faltan demasiados elementos para serlo, pero en su versión completa al menos habría tenido más sentido para el espectador no avisado. Un problema similar, pero resuelto en una fase anterior, es el que sigue condenando a la inexistencia la adaptación de la penúltima novela de William Gibson, Pattern Recognition (Mundo espejo en español), encargada en principio nada menos que a Peter Weir, por si era capaz de repetir el éxito de El show de Truman.
Desgraciadamente, Babylon AD representa otro intento fracasado por razones múltiples (no todas creativas o de talento cinematográfico de su director) de revitalizar la ciencia-ficción europea. Un género fecundo, libre de las trabas del mercado americano, del que habría que esperar mucho más si los estándares de producción continentales no fueran tan coercitivos. Entre otras cosas, se debería exigir mucha más ambición, ya que para adaptar una novela que redefine radicalmente los parámetros de la ficción científica y, por tanto, de la ficción más conectada a los procesos actuales del mundo, hubiera sido necesaria la misma ambición que la que invirtió Kubrick en 2001 cuando de lo que se trataba era de ofrecer una narrativa a la altura de las expectativas tecnológicas y fantasías épicas ligadas a la carrera espacial.
Hoy no parece que el cine pueda emular con sus recursos los desarrollos más avanzados del nuevo siglo. Sigue habiendo, por tanto, otras conclusiones que extraer del fracaso de esta película mucho más interesantes que la simple denigración. Sobre todo porque detrás de ésta, en algunos casos, cabe detectar el deseo oculto de que los europeos no lleguen a realizar películas tan ambiciosas y se limiten a lo que se supone que saben hacer mejor (cintas minoritarias para públicos menguantes), a fin de que no amenacen el lucrativo negocio de los otros.
Desde luego prefiero una cinematografía que sea capaz de medirse con un proyecto como la adaptación de la deslumbrante novela de Dantec (aunque sea con un resultado parcialmente logrado, como es el caso) que una cinematografía como la española comprometida una y otra vez con la producción de bodrios midcult como Los girasoles ciegos o Sangre de mayo, entre otras delicatessen de la cartelera autóctona. Pero ésa es otra historia...

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