viernes, 12 de diciembre de 2008

MANOEL DE OLIVEIRA CUMPLE CIEN AÑOS



Sí, maestro, le deseo muchas felicidades en su primer centenario como cineasta.

Cada vez estoy más convencido de que el cine se inventó, o, en todo caso, subsiste a pesar de todas las conspiraciones internas y externas para acabar de una vez con su poder de subversión de las apariencias y las ilusiones mentales del antropoide tecnológico, gracias a individuos como usted. Sí, pues ha sido necesario alcanzar una sociedad histórica de tan alto nivel tecnológico para que la subjetividad sea puesta a prueba de modo definitivo. Y ese es el misterio último del cine: representar la tecnología a través de la cual la subjetividad se puede o no abrir paso. Mientras los sujetos, por más mediatizados que se sientan en su práctica, consigan aún abrir vías expresivas libres y personales controlando el inmenso aparato tecnológico que se pone en sus manos, existirá un futuro para todos nosotros. El día en que esto sea ya imposible, algo no tan lejano como nos parecía hace sólo una década, ese día las máquinas habrán ganado todo el poder y el dominio que se les atribuye en las peores pesadillas cinematográficas. Y, lo más curioso, es que esto es algo a lo que el llamado público mayoritario, ese mismo que desde siempre fue indiferente a su cine, se muestra nada inclinado a reconocer, aunque le vaya en ello la vida como a todos los demás. Pero lo ignora. Y esta es la gran paradoja que podemos celebrar juntos, maestro, en este primer centenario suyo: el destino del público minoritario y el del público mayoritario serán el mismo o no serán. Así que el público que entendió o no Matrix, inscribiéndola en el contexto adecuado, se verá obligado por las circunstancias a entender o no Francisca, Os Canibais, No o la vana gloria de mandar, Inquietud, El valle Abraham, Una película hablada o El día de la desesperación, por citar sólo algunas de mis favoritas. Así están las cosas. Ni usted ni nadie pudo comprender en el período del cine mudo en el que usted comenzó su larga y deslumbrante carrera que el nuevo siglo nos traería esta irónica confusión de categorías. El cine culto más minoritario y el cine popular o supuestamente de masas más genérico enfrentados a los mismos desafíos. La verdad de Alien, Blade Runner o Matrix encriptada, como un mensaje para las generaciones futuras, en Los caníbales o El valle Abraham, y viceversa.


En su segundo centenario, no lo dude, volveremos a encontrarnos en alguna parte para discutir sobre la evolución o el avance del mundo y de ese espejo mágico llamado en sus orígenes "cinematógrafo". Para entonces, muchas de sus películas serán consideradas de ciencia ficción, del mismo modo que muchas tenidas por representativas de este género de la fantasía y la imaginación de la sociedad industrial o postindustrial serán entendidas como muestras del realismo más crudo. Tenemos tiempo hasta entonces para revisar su entera filmografía sin desvirtuarla demasiado. Quizá nos depare alguna que otra sorpresa.

Felicidades otra vez por haber mantenido su visión al otro lado del objetivo a lo largo de tanto tiempo. Es usted, maestro, el único pionero del cine que sobrevive en activo en la era de la metamorfosis digital del medio. Sólo por esto, ya merecería la admiración de todos. La mía hace tiempo que la tiene, absolutamente incondicional, desde que por primera vez, siendo aún muy joven, vi en un cine Los caníbales, allá por 1988, cuando era todavía una novedad absoluta en el panorama del cine europeo del momento, y supe que algo había cambiado definitivamente en mi modo de concebir el cine y la relación del espectador con el cine. Me tomó usted desprevenido, pero ya no volvería a suceder. Desde entonces he tratado de ver todo lo que hacía y recuperar gran parte de lo que ya había hecho. Creo que no me quedan obras fundamentales suyas por descubrir, pero no me vendría mal volver a verlas para extraer de ellas nuevas cuestiones, nuevos ángulos o enfoques. En cualquier caso, mi lista de imprescindibles, la que sin vacilar un instante recomendaría a cualquiera, sea portugués o no, es ésta, ordenada cronológicamente:

Francisca
El zapato de raso
Los caníbales
No, o la vana gloria de mandar
La divina comedia
El día de la desesperación
El valle Abraham
El convento
Inquietud
Palabra y utopía
Vuelvo a casa
El principio de la incertidumbre
Una película hablada
Belle Toujours


Todas ellas contienen la máxima expresión de su talento y de su concepción del cine, esa amalgama de imágenes estáticas, sorprendentes movimientos de cámara, cuadros vivos, diálogos literarios donde la palabra humana se vuelve expresión de emociones y afectos, ideas atrevidas y tentaciones arrebatadoras para el cuerpo y la mente. Una radiografía exquisita del imaginario cultural portugués y luego europeo y occidental, como muestra Una película hablada, coetánea en todo momento de los fuegos de artificio de la cultura de masas que amenaza con arruinarlo. La sombra de esa destrucción virtual se proyecta sobre cada una de sus obras e imágenes confiriéndole una belleza luctuosa y una melancolía póstuma (Belle Toujours, El principio de incertidumbre, Los caníbales, entre otras) que con el tiempo no hará sino acentuarse. Pero al mismo tiempo en todas ellas se percibe el espíritu insobornable, la risa diabólica y la ironía perversa del que se sabe condenado. El desprecio altivo y el último desafío del seductor esteta que se burla del convidado de piedra que viene a reclamar su alma como precio por todas sus fechorías. Todo esto es lo que me gusta mucho de su cine, como me gustaba en el cine de su aparente adversario ideológico Joao Cesar Monteiro, sin que esto signifique que por ello no puedan gustarme otras vertientes o tendencias de ese arte cuyo primer centenario usted conoció activamente.

En mi filmoteca ideal, sus películas no se codean exclusivamente con sus afines Buñuel, Dreyer, Antonioni, Pasolini, Mizoguchi, Lubitsch, Sternberg, Stroheim, Fassbinder, Bresson, Fellini, Bergman, Hitchcock, Renoir, Ford o Lang. Usted ha durado mucho más que todos ellos y, por tanto, para mí es también contemporáneo, según las épocas, de Greenaway y Tarantino, Ruiz y Lynch, Egoyan y Fincher, Ferrara y Kurosawa (Kiyoshi), Godard y Rodríguez, Assayas y los Coen, Moretti y Raimi, Kieslowski y Wong Kar Wai, Sokurov y Cronenberg, Van Sant y Denis, Brisseau y Jarman, Kaurismaki y Kelly, Iosseliani y Coppola, Scorsese y Paradjanov, Spielberg y Breillat, Almodóvar y Tsai Ming Liang, De Palma y Miike, Hou y Dante, Kubrick y Jia Zhang-ke, Rohmer y Von Trier, Balabanov y Mann, los Wachowski y Reygadas, Apichatpong Weerasethakul y Wes Anderson, etc. Es decir: usted pertenece a la vez a muchas historias del cine. Y ésta es otra de sus grandezas. Quizá la mayor. Su cine ha estado siempre ahí, sin estorbar mi entusiasmo por otros cineastas, mi predilección ocasional por otras películas, a lo largo de dos intensas décadas. Esto es quizá lo que otros llaman la condición del clásico. No lo sé. Ya que usted fue siempre para mí un moderno y hasta un postmoderno, con lo que me es muy difícil atribuirle esa etiqueta convencional. Usted, como Godard, es el cine entendido en toda su dimensión histórica y en toda su dimensión estética. El arte que aún dirigiéndose a las masas gracias a la mediación de la tecnología puede también expresarse en códigos minoritarios. El arte que sin dejar de serlo multiplica las posibilidades de la recepción de un modo inimaginable para los estetas más puritanos de comienzos del siglo pasado. Usted hizo lo que tenía que hacer. No tendrá discípulos ni falta que hace. Su cine no los necesita ni sus espectadores exigiríamos tal cosa. Es único e irrepetible, como dice el tópico, y hay que agradecer que sea así. Muchos podrán aprender lecciones formales viendo sus películas, pero no es necesario que lo imiten o repitan sus fórmulas. Su cine se hizo cuando se tenía que hacer y morirá con usted. Ése es el final. No serán a partir de entonces las filmotecas ni los festivales, tan reacios a premiar sus propuestas, quienes celebren sus éxitos artísticos sino Internet, que es ya el principal medio por el que circulan, liberadas por completo de ataduras, la mayoría de sus películas. Ése es un futuro que usted no necesita comprender ni intuir. El tiempo se encargará de velar por la adecuada distribución de su obra. En cierto modo, usted le ha rendido tantos servicios que casi constituye una obligación de su parte. No olvide, como escribió el poeta William Blake, que la eternidad está enamorada de las obras del tiempo. La eternidad, no lo dude, será tan generosa con usted y sus obras como lo ha sido el tiempo.

Feliz centenario, maestro.

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