viernes, 26 de diciembre de 2008

2008: UNA ODISEA GLOBAL



No nos engañemos, el único beneficio a extraer de la crisis económica mundial, con la que el sistema se está ajustando a las demandas aún más exigentes de la supereconomía del siglo veintiuno, es el de poder sentir al fin, en plena necrosis, las redes instituidas de la globalización. Antes incluso de saberlas totalmente incorporadas al sistema, ya las vemos colapsadas y a punto de (imprevista) metamorfosis. En este contexto, a nadie debería sorprenderle que los videojuegos se hayan convertido en la principal industria del entretenimiento. Hasta hay teóricos que nos advierten de que una de las finalidades de dichos dispositivos es la de poner a prueba la adaptación de los seres humanos a las reglas cada vez más competitivas del sistema económico. Veremos si lo consiguen.

Entretanto, el cine y la televisión, las dos grandes máquinas de fabricación de ficciones en formato más tradicional, hacen lo que pueden por sobrevivir en un mundo que ya no parece necesitar tanto historias consumidas de manera pasiva como experiencias intensas de interacción y participación. No obstante, como en todo, siempre hay unos pocos que se adelantan y saben enfrentarse a los desafíos de su tiempo, y otros, los más acomodaticios, que siguen explotando los recursos ya acreditados como rentables.

El mundo contemporáneo conoce toda una nueva inmanencia de las relaciones, los acontecimientos, los flujos y los intercambios que el aparato del cine, por toda su avanzada tecnología y sus medios de producción cada vez más internacionalizados, está en mejores condiciones que ningún otro arte para mostrar en sincronía con su irrupción en la realidad. Esta perspectiva geopolítica se funda en la posibilidad de entender el cine contemporáneo como un instrumento de conocimiento del mundo, una cartografía de las líneas de desplazamiento o fijación territorial, una reinterpretación imaginaria de los idearios nacionales, las fronteras geográficas y los ejes geopolíticos que movilizan las tensiones y los conflictos, las derivas culturales, los mestizajes e hibridaciones y las migraciones humanas, etc.

El cine es ahora mundial, como la crisis, a pesar de que la presencia asiática[1] casi ha desaparecido de una cartelera venida a menos. Partiendo de todas estas premisas, conviene tomar nota de lo que durante este año hemos podido ver o no (nadie está en condiciones de verlo todo) en las múltiples pantallas a nuestro alcance.


AGOTAMIENTO AMERICANO

La fórmula multinacional está gastada, digan lo que digan la taquilla y las campañas publicitarias a su servicio. Sigue haciendo dinero y arrastrando espectadores a las salas, pero no puede producir mucha credibilidad una industria fundada en la explotación reiterada de los mismos estereotipos y convenciones. Otro Batman, otro James Bond, otro Indiana Jones. Basta ya, por favor. Hasta el austriaco Michael Haneke, uno de los grandes agitadores fílmicos de la conciencia europea, se ha burlado de las expectativas de Hollywood al conseguir que le financiaran, con estrellas oscarizadas, el remake de Funny Games, servido como McMenú en todos los Multiplex del mundo para disgusto (profundo) de un público que no sabe ni quién es Haneke ni cómo diferenciar este producto perverso de la masa de subproductos con envoltorio psicopatológico que ha consumido hasta el hartazgo sin enterarse de sus efectos tóxicos.

Y es que la mayoría de las mejores películas americanas venían atrasadas de 2007: Pozos de ambición, No es país para viejos, Sweeney Todd, La noche es nuestra, Antes de que el diablo sepa que has muerto. Algunas otras, por desgracia, siguen pendientes de estreno[2]. Y poco más. De la cosecha de 2008, con todo, rescato tres muestras estupendas de un cine a la altura de las circunstancias: Quemar después de leer, la chispeante comedia de los Coen que se consume en el recuerdo, como anuncia el autodestructivo título; Rebobine, por favor, de Michel Gondry, a pesar de su dudosa ideología comunitaria, supone un canto paradójico a la imaginación creativa y la complicidad del espectador con el poder inventivo de la máquina cinematográfica; y El incidente, el fantástico artefacto de Shyamalan, sobrecargado de guiños cinéfilos y bromas sardónicas, es, entre otras cosas, una lúgubre meditación sobre la pulsión de muerte inscrita en el sistema del espectáculo americano.


VALORES EUROPEOS

Ha sido un magnífico año de cine europeo. Me refiero, para empezar, a La cuestión humana, de Nicolas Klotz, una desconcertante parábola sobre los perversos reflejos de la ideología nazi de los campos de concentración en los modos de organización de la corporación capitalista contemporánea de visión obligatoria en todas las escuelas de economía del mundo y, como educación básica, en todas las escuelas sin más.

Olivier Assayas, para mí uno de los puntales del mejor cine transnacional, ha logrado estrenar este año dos películas muy distintas pero complementarias. Boarding Gate, un neothriller fascinante sobre los entresijos afectivos del capitalismo global que logra trazar una cartografía personificada de las relaciones entre Europa, Asia y los Estados Unidos en clave de choque, inestabilidad y catástrofe, produciendo además una imagen crítica del gran mercado del mundo. Y Las horas del verano, más convencional en apariencia, donde Assayas evalúa el peso del pasado y la familia, las ideas de herencia, propiedad, tradición y decadencia, el malentendido generacional y la comedia humana de los vivos y los muertos, como lastres de la identidad individual y colectiva en la Europa actual.

El cine francés ha completado su excepcional presencia en nuestra cartelera con otras dos joyas: la deliciosa Asuntos privados en lugares públicos, con la que el octogenario Alain Resnais sigue demostrando que la estilización técnica es el mejor medio de transmitir emoción e inteligencia; y la maliciosa Una chica cortada en dos, con la que el septuagenario Chabrol se erige, bisturí en mano, en el más afilado analista de la televisiva Francia de Sarkozy.

Este año nos ha devuelto al mejor Peter Greenaway con La ronda de noche. La película es muchas cosas en una y todas excitantes y originales: una lección de historia (el siglo XVII); una lección de sociología (la producción artística como conjunción de fuerzas sociales e individuales) tanto como de historia del arte (biografía imaginaria de Rembrandt y fabulación criminal sobre la creación de uno de sus lienzos canónicos); una lección política (con el poder de las instituciones y el género femenino como objetivos de su diagnóstico más bien pesimista de la vida social); una lección estética sobre el modo de producción cinematográfico; y, por si fuera poco, una lección impresionante sobre los procesos de construcción de una imagen o un cuadro y las relaciones del artista con la realidad de su tiempo como no había vuelto a ver explorados en cine, con tanto rigor analítico como belleza plástica, desde El contrato del dibujante.


En 2008 se ha estrenado también la última película de otro gran director europeo, Alexander Sokurov. Aleksandra es una parábola matriarcal sobre la guerra de Chechenia observada desde una (comprensiva) óptica filorrusa. El nombre del personaje que le da título (el de la última zarina, Alexandra Feodorovna Romanova) y la condición de la actriz que lo encarna (la cantante y viuda de Rostropovich, Galina Vishnevskaya) son indicios suficientes de la intención alegórica nacional y cultural que sostiene la trama anecdótica de la película. La ambigua fascinación que suscita el cine de Sokurov desde siempre, revalidada en esta extraña cinta de guerra y paz, radica en este conflicto sin resolver entre una supuesta ideología regresiva y un avanzado esteticismo y formalismo tecnológico (El arca rusa sigue constituyendo una de las cumbres de esta paradoja estética de Sokurov).


UN CENTENARIO PORTUGUÉS

El pasado 11 de diciembre el genial cineasta Manoel de Oliveira cumplió cien años, convirtiéndose no sólo en el director más veterano en activo sino en el único de toda la historia que ha atravesado, con una vitalidad creativa admirable, todas las etapas del cine desde el período mudo hasta éste dominado por la digitalización audiovisual. La mejor noticia, sin embargo, es que se encuentra rodando una nueva película. Mientras Oliveira siga al frente de la cámara, el cine europeo no tiene nada que temer. Deberíamos celebrarlo como corresponde[3].


[1] Sólo se han estrenado dos cintas asiáticas de cierto interés: Soy un cyborg, de Park Chan-Wook, y Aliento, de Kim Ki-Duk. Mientras auténticas obras maestras de los últimos años como Síndromes and a Century, de Apichatpong Weerasethakul, y I don´t want to sleep alone, de Tsai Ming Liang, por citar dos que he visto no hace mucho, permanecen inéditas. Retribution, de Kiyoshi Kurosawa, sólo se estrenó en DVD.
[2] Me refiero a Paranoid Park, de Gus van Sant, a Southland Tales, de Richard Kelly, a I´m not there, de Todd Haynes, y a Go Go Tales, de Abel Ferrara, por citar sólo unas cuantas joyas del cine americano off Hollywood inéditas en nuestras pantallas.
[3] Comenzando por estrenar todas las películas de Oliveira de los últimos años que permanecen inéditas.

viernes, 12 de diciembre de 2008

MANOEL DE OLIVEIRA CUMPLE CIEN AÑOS



Sí, maestro, le deseo muchas felicidades en su primer centenario como cineasta.

Cada vez estoy más convencido de que el cine se inventó, o, en todo caso, subsiste a pesar de todas las conspiraciones internas y externas para acabar de una vez con su poder de subversión de las apariencias y las ilusiones mentales del antropoide tecnológico, gracias a individuos como usted. Sí, pues ha sido necesario alcanzar una sociedad histórica de tan alto nivel tecnológico para que la subjetividad sea puesta a prueba de modo definitivo. Y ese es el misterio último del cine: representar la tecnología a través de la cual la subjetividad se puede o no abrir paso. Mientras los sujetos, por más mediatizados que se sientan en su práctica, consigan aún abrir vías expresivas libres y personales controlando el inmenso aparato tecnológico que se pone en sus manos, existirá un futuro para todos nosotros. El día en que esto sea ya imposible, algo no tan lejano como nos parecía hace sólo una década, ese día las máquinas habrán ganado todo el poder y el dominio que se les atribuye en las peores pesadillas cinematográficas. Y, lo más curioso, es que esto es algo a lo que el llamado público mayoritario, ese mismo que desde siempre fue indiferente a su cine, se muestra nada inclinado a reconocer, aunque le vaya en ello la vida como a todos los demás. Pero lo ignora. Y esta es la gran paradoja que podemos celebrar juntos, maestro, en este primer centenario suyo: el destino del público minoritario y el del público mayoritario serán el mismo o no serán. Así que el público que entendió o no Matrix, inscribiéndola en el contexto adecuado, se verá obligado por las circunstancias a entender o no Francisca, Os Canibais, No o la vana gloria de mandar, Inquietud, El valle Abraham, Una película hablada o El día de la desesperación, por citar sólo algunas de mis favoritas. Así están las cosas. Ni usted ni nadie pudo comprender en el período del cine mudo en el que usted comenzó su larga y deslumbrante carrera que el nuevo siglo nos traería esta irónica confusión de categorías. El cine culto más minoritario y el cine popular o supuestamente de masas más genérico enfrentados a los mismos desafíos. La verdad de Alien, Blade Runner o Matrix encriptada, como un mensaje para las generaciones futuras, en Los caníbales o El valle Abraham, y viceversa.


En su segundo centenario, no lo dude, volveremos a encontrarnos en alguna parte para discutir sobre la evolución o el avance del mundo y de ese espejo mágico llamado en sus orígenes "cinematógrafo". Para entonces, muchas de sus películas serán consideradas de ciencia ficción, del mismo modo que muchas tenidas por representativas de este género de la fantasía y la imaginación de la sociedad industrial o postindustrial serán entendidas como muestras del realismo más crudo. Tenemos tiempo hasta entonces para revisar su entera filmografía sin desvirtuarla demasiado. Quizá nos depare alguna que otra sorpresa.

Felicidades otra vez por haber mantenido su visión al otro lado del objetivo a lo largo de tanto tiempo. Es usted, maestro, el único pionero del cine que sobrevive en activo en la era de la metamorfosis digital del medio. Sólo por esto, ya merecería la admiración de todos. La mía hace tiempo que la tiene, absolutamente incondicional, desde que por primera vez, siendo aún muy joven, vi en un cine Los caníbales, allá por 1988, cuando era todavía una novedad absoluta en el panorama del cine europeo del momento, y supe que algo había cambiado definitivamente en mi modo de concebir el cine y la relación del espectador con el cine. Me tomó usted desprevenido, pero ya no volvería a suceder. Desde entonces he tratado de ver todo lo que hacía y recuperar gran parte de lo que ya había hecho. Creo que no me quedan obras fundamentales suyas por descubrir, pero no me vendría mal volver a verlas para extraer de ellas nuevas cuestiones, nuevos ángulos o enfoques. En cualquier caso, mi lista de imprescindibles, la que sin vacilar un instante recomendaría a cualquiera, sea portugués o no, es ésta, ordenada cronológicamente:

Francisca
El zapato de raso
Los caníbales
No, o la vana gloria de mandar
La divina comedia
El día de la desesperación
El valle Abraham
El convento
Inquietud
Palabra y utopía
Vuelvo a casa
El principio de la incertidumbre
Una película hablada
Belle Toujours


Todas ellas contienen la máxima expresión de su talento y de su concepción del cine, esa amalgama de imágenes estáticas, sorprendentes movimientos de cámara, cuadros vivos, diálogos literarios donde la palabra humana se vuelve expresión de emociones y afectos, ideas atrevidas y tentaciones arrebatadoras para el cuerpo y la mente. Una radiografía exquisita del imaginario cultural portugués y luego europeo y occidental, como muestra Una película hablada, coetánea en todo momento de los fuegos de artificio de la cultura de masas que amenaza con arruinarlo. La sombra de esa destrucción virtual se proyecta sobre cada una de sus obras e imágenes confiriéndole una belleza luctuosa y una melancolía póstuma (Belle Toujours, El principio de incertidumbre, Los caníbales, entre otras) que con el tiempo no hará sino acentuarse. Pero al mismo tiempo en todas ellas se percibe el espíritu insobornable, la risa diabólica y la ironía perversa del que se sabe condenado. El desprecio altivo y el último desafío del seductor esteta que se burla del convidado de piedra que viene a reclamar su alma como precio por todas sus fechorías. Todo esto es lo que me gusta mucho de su cine, como me gustaba en el cine de su aparente adversario ideológico Joao Cesar Monteiro, sin que esto signifique que por ello no puedan gustarme otras vertientes o tendencias de ese arte cuyo primer centenario usted conoció activamente.

En mi filmoteca ideal, sus películas no se codean exclusivamente con sus afines Buñuel, Dreyer, Antonioni, Pasolini, Mizoguchi, Lubitsch, Sternberg, Stroheim, Fassbinder, Bresson, Fellini, Bergman, Hitchcock, Renoir, Ford o Lang. Usted ha durado mucho más que todos ellos y, por tanto, para mí es también contemporáneo, según las épocas, de Greenaway y Tarantino, Ruiz y Lynch, Egoyan y Fincher, Ferrara y Kurosawa (Kiyoshi), Godard y Rodríguez, Assayas y los Coen, Moretti y Raimi, Kieslowski y Wong Kar Wai, Sokurov y Cronenberg, Van Sant y Denis, Brisseau y Jarman, Kaurismaki y Kelly, Iosseliani y Coppola, Scorsese y Paradjanov, Spielberg y Breillat, Almodóvar y Tsai Ming Liang, De Palma y Miike, Hou y Dante, Kubrick y Jia Zhang-ke, Rohmer y Von Trier, Balabanov y Mann, los Wachowski y Reygadas, Apichatpong Weerasethakul y Wes Anderson, etc. Es decir: usted pertenece a la vez a muchas historias del cine. Y ésta es otra de sus grandezas. Quizá la mayor. Su cine ha estado siempre ahí, sin estorbar mi entusiasmo por otros cineastas, mi predilección ocasional por otras películas, a lo largo de dos intensas décadas. Esto es quizá lo que otros llaman la condición del clásico. No lo sé. Ya que usted fue siempre para mí un moderno y hasta un postmoderno, con lo que me es muy difícil atribuirle esa etiqueta convencional. Usted, como Godard, es el cine entendido en toda su dimensión histórica y en toda su dimensión estética. El arte que aún dirigiéndose a las masas gracias a la mediación de la tecnología puede también expresarse en códigos minoritarios. El arte que sin dejar de serlo multiplica las posibilidades de la recepción de un modo inimaginable para los estetas más puritanos de comienzos del siglo pasado. Usted hizo lo que tenía que hacer. No tendrá discípulos ni falta que hace. Su cine no los necesita ni sus espectadores exigiríamos tal cosa. Es único e irrepetible, como dice el tópico, y hay que agradecer que sea así. Muchos podrán aprender lecciones formales viendo sus películas, pero no es necesario que lo imiten o repitan sus fórmulas. Su cine se hizo cuando se tenía que hacer y morirá con usted. Ése es el final. No serán a partir de entonces las filmotecas ni los festivales, tan reacios a premiar sus propuestas, quienes celebren sus éxitos artísticos sino Internet, que es ya el principal medio por el que circulan, liberadas por completo de ataduras, la mayoría de sus películas. Ése es un futuro que usted no necesita comprender ni intuir. El tiempo se encargará de velar por la adecuada distribución de su obra. En cierto modo, usted le ha rendido tantos servicios que casi constituye una obligación de su parte. No olvide, como escribió el poeta William Blake, que la eternidad está enamorada de las obras del tiempo. La eternidad, no lo dude, será tan generosa con usted y sus obras como lo ha sido el tiempo.

Feliz centenario, maestro.